Primer Plano Magazine / Noé Juan Farrera Garzón.- En el corazón de Tuxtla Gutiérrez, cuando la noche del 24 de diciembre comienza a envolver al barrio del Cerrito, se activa un ritual que va mucho más allá de una celebración navideña. Es la continuidad de una herencia viva, donde la fe, la cultura zoque y la memoria de los antiguos se entrelazan para dar vida al nacimiento del Niño Dios. Al frente de esta tradición en esta ocación se encuentra don Francisco Velázquez de la Cruz, cantor y consejero, quien desde hace más de seis décadas ha dedicado su vida a servir y preservar estas prácticas ancestrales.

La elaboración del nacimiento inicia semanas antes y se construye con paciencia y profundo simbolismo. La casita, antiguamente hecha de madera y forrada con salsacate, se adorna con maya tejida de flor de siempreviva, lazos de totomoste pintados y una milpita sembrada desde el 8 de diciembre, fecha que coincide con la Concepción de María. Cada elemento tiene un significado ritual y agrícola, pues incluso la milpa funciona como un oráculo que anuncia cómo será la cosecha del año siguiente.

La noche del 24 de diciembre marca uno de los momentos más esperados: el “nacimiento” de las imágenes del Niño Dios. Aunque el alumbramiento simbólico ocurre esa noche, la celebración principal se vive el 25, día del Señor del Cerrito, conocido como Manuel Niño Salvador. Padrinos, madrinas, músicos, danzantes y cantores participan en un recorrido ceremonial que puede extenderse hasta la medianoche, uniendo la ermita del Cerrito con la mayordomía, en un acto de fe y comunidad.

La Danza de los Pastores es uno de los rituales más representativos de esta festividad. Integrada por cuatro danzantes y guiada por un cantor, combina música, canto y movimiento en zoque y español para relatar pasajes del nacimiento de Jesús. Más que una danza, es un ofrecimiento espiritual, un momento para agradecer, pedir y renovar compromisos, tal como lo han hecho generaciones enteras a lo largo del tiempo.

Hoy, cuando muchas tradiciones corren el riesgo de desaparecer, la celebración del Señor del Cerrito nos recuerda la importancia de valorar y proteger nuestra identidad cultural. Asistir, respetar, compartir y hablar de estas prácticas es una forma de mantenerlas vivas. Si alguna vez has presenciado este ritual, comparte tu experiencia; si no, acércate, escucha y observa con respeto. La cultura no sobrevive sola: necesita de la memoria, la participación y el compromiso de todos.

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